Junto a esa dama de Burdel,
que el desea conquistar,
la acaricia, se excita y piensa
que ella le ama de verdad.
Muchos son los que han estado con ella,
intenta no pensarlo y la intenta besar,
la acaricia y la hace sentir especial,
le roza las piernas como otros hicieron ya.
Tardo varias semanas en conquistarla
y varios meses, un año en llegarla a besar,
mucho tiempo más en compartir cama,
pero el era feliz junto aquella dama.
Sabía que no era el primero en hacerlo,
que la obligaron a acostarse con el resto.
Maldito aquel que la tocase primero,
perturbó su alma y su cuerpo entero.
Vivieron largos años, benditos,
todo parecía perfecto, idílico.
El con ella, ella con varios chicos,
el lo sabía, pensaba «tonterías de niños».
Aunque se amaban, se separaron.
Quedaron para despedirse
y no acabar llorando.
Por fuera la cara de todos los días,
por dentro el llando hacía escocer las heridas.
El en un suspiro de despedida amarga
le preguntó el nombre, esperó sus palabras.
Ella le miró y dudó si dar la cara
respondió palabras que llenaron sus almas.
«Yo soy quién guió la mano de Miguel Ángel,
la palabra que completa los versos con fe,
en Beethoven fuí murmullo y siempre fiel,
a veces soy melodía y silencio a la vez.
De mí se enamoraron Bécquer, Dalí,
Neruda, da Vinci y artistas sin fin.
Muchos quieren quedarse junto a mí,
como tú, te ves, estando aquí
Habito allí donde se ponga pasión,
donde cada lápiz, pincel, tecla o voz,
resuene como un grito del corazón,
mi nombre, es Inspiración».
Aída García Molina (c) 2009
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